Nuestra Señora de la Soledad
Abraza el corazón de tu esperanza
la angustia inexorable del silencio,
¡Oh, Madre!, es tan visible la añoranza
en los ojos dolientes que presencio.
Has dado tanto amor en tu perjuicio,
al fruto de ese vientre que se inmola;
el crío, el niño, el hombre en sacrificio,
acunan de dolor a tu alma sola.
A donde fue feliz, ha regresado,
le acompañan luceros y querubes
que vitorean alegres lo pactado.
Por tu gracia un milagro poderoso
bajó, para los hombres, de las nubes,
como un regalo eterno y victorioso.
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Mardy Mesén R.
San José, Costa Rica.
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