miércoles, 22 de octubre de 2014

El día de San Isidro.



El día de San Isidro.
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Quisiera olvidar el día
aquel de claro esplendor,
y al Santo del labrador
tan lleno de algarabía.
Por ser la reina podía
ponerme un traje de gala,
tacones de aguja diez
y un chal con luz de bengala.

¡Muñeca!, decían todos,
¡cintura de avispa!, ¡Musa!,
estaba patidifusa;
sobraron también los modos,
los gestos altisonantes,
la vil y mortal envidia
de damas muy repugnantes.

Mi paso entre la cizaña
se erguía hasta la tribuna,
-la reina solo era una-
y ahí empezaba mi hazaña.
Hervía el sol de montaña,
sopor de estruendo y bullicio,
en medio de aquel bochorno
subí a la rampa de oficio.

Llegó mi turno de hablar
a toda la concurrencia,
por más que tuve prudencia
caí al querer caminar.
El cura quiso ayudar
tomándome por detrás,
rasgué su vieja sotana…
quedó en calzones, sin más.

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